La Unión de Cristianos Católicos Racionales cuenta la historia del astronauta que llevó una teca con el Santísimo, para las 24 semanas que estuvo en el espacio
“Cuando uno ve la tierra desde el espacio y observa desde lo alto todas las bellezas naturales existentes es muy difícil llegar a la conclusión de que no existió una fuerza inteligente que creó todo esto”.
Son las palabras de Michael S. Hopkins, coronel de la Fuerza Aérea de EE.UU. y astronauta de la NASA que partió en septiembre de 2013 a bordo de la nave Soyuz TMA-10M para llegar a la Estación Espacial Internacional.
Unas semanas antes de salir, el astronauta estadounidense completó el camino de catequesis para los adultos que la Iglesia católica ofrece a los que piden ser bautizados. Una conversión, explicó, que nació no sólo porque su esposa y sus dos hijas adolescentes son católicas, sino porque “sentía que algo me faltaba en la vida”.
Gracias a un acuerdo especial con la Arquidiócesis de Galveston-Houston y con la ayuda del padre James H. Kuczynski, párroco de la iglesia de Santa María Reina en Friendswood, el astronauta llevó consigo al espacio una teca con seis hostias consagradas, cada una dividida en cuatro pedazos. Lo suficiente para recibir la comunión una vez por semana durante las 24 que permaneció abordo de la estación espacial.
“Sabiendo que Jesús estaba conmigo, enfrenté con más seguridad el vacío del universo, cuando salí de la estación espacial”, dijo.
Hopkins además se puso de acuerdo con un empleado de la NASA, para recibir por correo electrónico durante las 24 semanas de la misión, la homilía de su párroco.
Las fotos del astronauta rezando en el interior de la “capilla espacial”, un atrio de cristal conocido como la “cúpula” desde donde se puede admirar el panorama cósmico, recordó a muchos una Nochebuena 1968, cuando el astronauta estadounidense Frank Borman, a bordo de la Apolo 8 en órbita alrededor de la luna, leyó en directo por televisión el libro del Génesis.
En 1994, Sid Gutiérrez, Thomas Jones y Kevin Chilton oraron juntos en el transbordador espacial, en vuelo a 125 millas encima del Océano Pacífico. Por lo que se refiere al astronauta Mike Massimino, en el año 2000 quiso confesarse antes de partir. Además, llevó consigo una bandera del Vaticano, que al regresar a la Tierra se la regaló al Papa san Juan Pablo II.