La pretendida insolencia del mensaje del Evangelio, sostén de la creencia cristiana en un Dios que se ha hecho hombre por amor a su creación para salvarla y redimirla de sus pecados, escandalizaba a los judíos y era necedad para los gentiles, pero ha desafiado durante siglos los excesos del racionalismo, y hoy, paradójicamente, se alza como castillo roquero frente al nihilismo, el sentimentalismo y la irracionalidad que dominan el pensamiento y la vida de Occidente.
Esa misma insolencia es la que ha vuelto a brillar en estos días, entre el 18 y el 20 de noviembre, en el 24 Congreso Católicos y Vida Pública, para alumbrar análisis y propuestas que nos permitan, como católicos y como Iglesia, ofrecer una salida cristiana a una sociedad que se debate entre las incertidumbres que suscita la subversión antropológica que la amenaza, la pérdida de sentido y el vaciamiento de la vida en aras del hedonismo y el consumo, y la necesidad de referentes que sean capaces de promover un mensaje de confianza y esperanza.
Estos días hemos podido profundizar en la respuesta cristiana a los actuales problemas, teniendo en mente siempre que, por difíciles que parezcan los tiempos, poseemos una inmensa y maravillosa tradición que nos permite mirar con optimismo cualquier clase de futuro, siempre que seamos dignos del legado recibido de nuestros mayores. Ellos sabían que la propuesta de la fe, la entrega a la evangelización no importa bajo qué circunstancias, y la confianza en la solidez y bondad del cristianismo, junto con el auxilio del Espíritu, les daba una superioridad infinita sobre todo género de enemigos o dificultades. Esas convicciones son las que, a lo largo de tantos siglos, dotaron a la Iglesia de su inmensa seguridad y, al mismo tiempo, la hicieron consciente de que la insolencia de sus doctrinas no procede de un acto de soberbia frente al mundo, antes bien de una vocación de servicio en la verdad y en la caridad.
Esperamos que el año próximo, cuando el congreso alcance su edición número 25, estemos en condiciones de ofrecer algo verdaderamente especial. Ahora termina este congreso, pero nuestro trabajo se prolonga a lo largo del año para hacer llegar a todos un mensaje de esperanza y de libertad.
Rafael Sánchez Saus
Director del Congreso Católicos y Vida Pública