«Este es el campo de refugiados más peligroso del mundo», aseguran los guardias de Al Hawl (Siria). Las miles de viudas o esposas de yihadistas que lo habitan se están radicalizando de nuevo y contagiándoselo a los niños.
24 de Julio 2025.- En el noreste de Siria hay un campo de refugiados donde más de 39.000 personas han estado recluidas durante años. El 95 % son mujeres y niños. Las primeras son viudas o esposas de combatientes de lo que antiguamente era el Estado Islámico en esta zona. Los segundos son hijos fruto de esas uniones: aproximadamente 24.000 menores, muchos de los cuales nacieron aquí.
El lugar se llama Al Hawl y para visitarlo se necesita un permiso especial otorgado por la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), una entidad de mayoría kurda que ha controlado la región incluso tras la caída del régimen de Bashar al Assad y la llegada al poder del autoproclamado presidente Ahmad al Shara.
«Este es el campo de refugiados más peligroso del mundo», dicen los guardias que llevan años vigilando estas instalaciones. Y, de hecho, la bienvenida a los extranjeros no es para nada amigable, con niños lanzando piedras a los visitantes considerados «infieles»; a veces incluso haciendo un gesto con la espada de un lado a otro del cuello.
«Al Hawl es una bomba de relojería», advierte Jihan Hanan, directora del campamento, a quien conocemos tras pasar los estrictos controles de seguridad. «Cada día recibimos información de nuestros aliados, principalmente de Estados Unidos, sobre un ataque inminente de células durmientes del Estado Islámico», continúa esta mujer kurda, sin velo y con cabello largo y negro.
El caos tras la caída del régimen de Assad ha fortalecido a los grupos islamistas más fanáticos. También se ha producido un aumento de asesinatos dentro del campamento, con los sectores más extremistas reactivados por esta noticia. «El Califato sigue existiendo como ideología», asegura Hanan.
El recinto está dividido en seis secciones, pero es aquella donde se encuentran los llamados «combatientes extranjeros» la que más preocupa a las autoridades kurdas. Estas personas proceden de 42 países diferentes, muchos de ellos occidentales, como Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia e incluso España.

«En algunos casos, hemos logrado repatriar a mujeres y a sus hijos, pero estas reubicaciones avanzan lentamente debido a la desconfianza de los gobiernos de estos países», explica la directora del campamento. El resultado es un limbo interminable, con menores que crecen apátridas y madres que a menudo se radicalizan de nuevo mientras esperan.
«Hay una doble decepción. La primera está relacionada con la prolongada detención. La segunda, con las condiciones de vida, que han empeorado significativamente», añade Hanan. Somos testigos directos cuando visitamos Al Hawl en vehículos blindados, para garantizar nuestra seguridad y la de los guardias kurdos. «El Estado Islámico consigue introducir muchas armas ilegalmente y a menudo nos disparan», explica un soldado.
Los niños corren tras el vehículo blindado, señalando con el dedo índice, símbolo de pertenencia al grupo islamista. Las mujeres escapan a las tiendas, escondiéndose bajo sus burkas. «Llevamos tres días sin pan ni agua», explica Hanan, quien cree que se está volviendo difícil incluso prestar servicios esenciales.
La razón es la congelación de la financiación a la cooperación internacional decretada por el presidente estadounidense, Donald Trump. Los recortes repentinos han aumentado la tensión de inmediato. «Esta decisión está empujando a muchas mujeres a abrazar de nuevo la ideología del Estado Islámico, socavando nuestros esfuerzos, especialmente los dirigidos a los niños», afirma Hanan.
Este clima obstaculiza la labor de las ONG y las agencias de la ONU que siguen activas en el campamento, con un aumento de los casos de ataques a trabajadores humanitarios y una disminución del número de menores que asisten a las escuelas puestas en marcha por UNICEF. «Muchas madres esconden a sus hijos y les ofrecen una educación adaptada a los dictados del Estado Islámico», explica Hanan. El riesgo es que el sueño de los fundadores del Califato se haga realidad, con un ejército de jóvenes yihadistas listos para reanudar la guerra.
Difícil vuelta a la sociedad
«Hola». Un niño interrumpe nuestra conversación. Se llama Aziz y es sirio. Con él están su madre, así como otras mujeres y niños, todos ocupados subiendo maletas a furgonetas. «Últimamente estamos liberando a grupos cada vez más grandes de iraquíes y sirios», explica Hanan. Se trata de personas que han demostrado no tener ninguna conexión con el Estado Islámico. Su regreso a sus respectivas sociedades es posible gracias a acuerdos bilaterales entre la Administración autónoma y los gobiernos de Bagdad y Damasco.
«¿Adónde los llevarán?», preguntamos a los cooperantes de Un Ponte Per, una ONG italiana que trabaja en el campamento de Al Hawl. A los sirios «a Raqqa», responden. La ciudad siria, antigua capital del Estado Islámico, sigue parcialmente destruida por la reciente guerra, pero algo está cambiando. «Hemos renovado el hospital y estamos llevando a cabo numerosos proyectos para defender a las mujeres, promover la igualdad de género e incentivar la educación infantil», explica Laura Torrini, directora de la ONG. Pero concluye asegurando que «el verdadero reto es la reintegración de estas familias, que durante años han sido consideradas afiliadas al Estado Islámico y que a menudo sufren discriminación al reincorporarse a la sociedad».
«Prefiero quedarme, no quiero ir a la cárcel separada de mis hijos»

Esta italiana se escapó de casa a los 18 años para unirse al Estado Islámico y se niega a volver.
«Puede hacerme todas las preguntas que quiera y tomar notas, pero no grabe mi voz ni filme esta entrevista», reclama Meriem Rehaily antes de presentarse, en el campamento de Al Hawl. Y añade: «Mi abogado me lo aconsejó».
¿Cuántos años tiene?
—28, y durante siete he estado encerrada en este campo de detención con miles de otras mujeres de diversas nacionalidades.
¿Cuándo llegó a Siria?
—Tenía 18 años y vivía con mi familia en el Véneto, en el noreste de Italia. En 2015 decidí escaparme en secreto y llegar a Raqqa. Quería unirme al Estado Islámico y lo hice yéndome a vivir a su capital. Había sido mi mayor deseo desde el nacimiento del Califato.
¿Cómo se siente en este campo?
—Nos dan lo necesario para sobrevivir, pero todas queremos salir de aquí. Después de tantos años, el cautiverio se ha vuelto insoportable y estoy deseando que todo esto termine. Creo que puede entenderlo.
¿Está aquí sola?
—No, estoy aquí con mis dos hijos. Vivimos juntos en nuestra tienda.
¿Y también hablan italiano?
—Solo árabe e inglés.
¿No les enseñó italiano?
—No, porque no creo que sea necesario para ellos ahora mismo. Soy yo quien les imparte la educación privada y prefiero hacerlo así.
¿Y dónde está su marido?
—No lo sé. La última vez que lo vi fue en Raqqa durante la guerra. Nos conocimos aquí cuando me uní al Estado Islámico, nos enamoramos y tuvimos a nuestros dos hijos. Luego Occidente nos declaró la guerra y mi marido se unió al combate. No he sabido nada desde entonces; podría estar muerto o encerrado en otra prisión, lejos de nosotros.
¿Qué recuerda de esa época en que vivió en Raqqa cuando la ciudad siria era la capital del Estado Islámico?
—Esa época fue muy hermosa. Fueron años realmente felices, tengo recuerdos maravillosos de la vida con mi familia allí. Luego vinieron las batallas, los bombardeos, y lo destruyeron todo.
¿Le gustaría regresar a Italia?
—Muchas otras mujeres con pasaportes occidentales han regresado a casa. Las autoridades de Roma han intentado repatriarme a mí y a mis hijos, pero no quiero volver a Italia. En mi país solo iría a prisión, porque fui condenada. Ocurrió en 2017, cuando un tribunal dictaminó que era terrorista. Me condenaron en ausencia por reclutamiento terrorista internacional.
¿Qué opina de esa sentencia?
—No quiero hablar de eso.
¿Pero no cree que sería mejor para usted y su familia enfrentarse a la justicia en Italia, dejando este campamento en el desierto para siempre?
—En definitiva, prefiero quedarme encerrada aquí porque no quiero ir a la cárcel, separada de mis hijos. Soy, ante todo, madre. Y para mí, la prisión en este campamento, pero compartida con ellos, es preferible.
«¿Y cómo imagina su futuro?», le pregunto. No responde. «No quiero añadir nada más porque sé lo que escribirán los periodistas sobre mí. He leído algunas cosas sobre mí en el pasado y no quiero alimentar más rumores. Por eso prefiero terminar esta entrevista aquí».
GIAMMARCO SICURO