De Nueva York a Seúl, del corazón herido del mundo a la esperanza que nace del encuentro con Cristo y con los demás. Los jóvenes cuentan cómo el Jubileo no fue un evento, sino una llamada.
Ciudad del Vaticano, 11 de agosto 2025.- Jóvenes de Chile, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Honduras, México, Alemania, España, Francia, Italia, Corea del Sur, India, Filipinas, Japón participaron, como miembros de la asociación internacional Idente Youth, en el Jubileo de los Jóvenes celebrado en Roma. En el marco del cincuentenario de la asociación, comparten aquí sus testimonios sobre una experiencia vivida como un verdadero punto de partida hacia una santidad entendida como misión. Entre ellos, muchos no vienen de parroquias ni oratorios, no llegan por una fe heredada, sino movidos por la amistad y la confianza en quienes les invitaron.
TESTIMONIOS DESDE EL JUBILEO 2025

Era como si pronunciara mi nombre
Kim tiene veintiún años. Viene de Seúl. En coreano, su nombre significa “luz del mundo”.
El 29 de julio, en la Plaza de San Pedro, el Papa León XIV mira a los jóvenes, sonríe, los llama: “Vosotros sois la luz del mundo”. En ese instante —cuenta— la fachada de la basílica se ilumina. “Era como si estuviera diciendo mi nombre”.
Una palabra, una luz, una misión que nace desde dentro: “He recibido tanto… ahora tengo que devolverlo”.
Mauricio tiene veinte años, viene de Estados Unidos. Guarda el grito del Papa por la paz hasta el último día, como brasa bajo la ceniza. Cuando le preguntamos qué se lleva de esos días, responde: “El Papa habló de los jóvenes que están sufriendo en este momento en Gaza y en Ucrania. Si tocamos un corazón a la vez… el mundo cambia”.
Kim y Mauricio son dos de los doscientos jóvenes de la asociación internacional Idente Youth, que este año celebra sus cincuenta años de vida. Juntos participaron en el Jubileo de los Jóvenes en Roma. Vienen de Asia, Europa y América: Corea del Sur, Filipinas, Japón, Alemania, España, Francia, Italia, Chile, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Honduras, México.
Somos una misión
Sebastián, 19 años, de Ecuador, no duda: “Esto no ha sido un simple viaje: nosotros somos la esperanza que hay que llevar a los demás. Somos casi un millón de jóvenes con una misión”.
Para Mónica, también de Ecuador, esa misión se llama ‘santidad’. En una breve entrevista dice: “El Papa nos ha llamado a la santidad: a no conformarnos con menos. En los gestos sencillos, en la fidelidad cotidiana”.
Como dice Gerardo, de México, haciendo eco de las palabras del Papa: “Las verdaderas amistades no se construyen solo en las redes… sino en la virtud de Cristo”.
Estos jóvenes se han descubierto cada vez más deseosos de soñar en grande, llenos de sed, dispuestos a tomar decisiones valientes, ricos en capacidades insospechadas, protagonistas indispensables de un cambio no solo posible, sino sobre todo imprescindible. Han vivido este Jubileo como una convocatoria universal y al mismo tiempo profundamente personal, en la que Cristo se ha hecho presente de maneras imprevisibles y eficacísimas. No un show. Un despertar. Una llamada que ha tocado el corazón.

De la rebeldía a la gracia
“Llegué llena de rebeldía contra Dios”, dice una chica desde Francia. Otra habla del paso por la Puerta Santa como de “un momento grande”.
En la vigilia con el Papa, las lágrimas: “Los jóvenes somos también fruto de muchas lágrimas de nuestros acompañantes”.
Desde Filipinas, Angelic observa: “Cuando dos personas se abren con confianza, nace una comunidad que sana”. Luego añade: “Mi cuerpo estaba cansado, pero resistió porque el corazón estaba lleno de gracia”. En los días del Jubileo, los sacramentos fueron “mi fuerza”.
Danielle fija una imagen: “Millones de jóvenes en silencio ante la Eucaristía: allí sentí que no estamos solos”.
Kyla, también filipina, habla de unidad: “Todos mirábamos a una sola persona: Cristo. Llevando juntos la cruz del amor”.
James relata el cansancio, el sol, la sed. Pero también un descubrimiento: “En el dolor comprendí que hay gloria. La esperanza nace del esfuerzo compartido”. Y el rostro de una chica se le ha quedado grabado: “Había perdido la fe. Con la ayuda de los amigos la recuperó. Ahora siento que puedo volver a mirar a Cristo”.
Para algunos, como Ariana, de Estados Unidos, ha sido reencontrar la esperanza perdida: “Me han pasado muchas cosas en la vida que me hicieron perderla. Pero verlo, estar en la Misa con todos, me ha ayudado a no perder la fe”.
Para Iris, de Filipinas, ha sido más claro que “la esperanza no es un concepto abstracto, sino una persona: Cristo”.
Para Pablo, de Barcelona, “la vida sin fe no es vida vivida”.
Y para Gabriele, de Roma: “Me sentí la esperanza para otros jóvenes. Esto es solo el comienzo hacia etapas más importantes”.

Del desconcierto a la fraternidad
Muchos han recordado el cansancio compartido, transformado en alegría. Alessio, de Toscana: “Durante el trayecto bajo el sol afloró la verdadera humanidad. Los esfuerzos se convirtieron en alegría, y todas las diferencias se desdibujaron. Estábamos allí por una sola razón”.
Yadira, de Honduras, pidió en la oración la gracia de ser constructora de paz: “Que el Señor nos haga capaces y valientes”.
Victoria, de Francia, vivió el Jubileo como un momento de paz interior y de apertura universal: “La multitud de peregrinos, la alegría compartida, la oración común… Durante la adoración y la Misa estaba sumergida en una paz interior profunda”.
No puedo guardármelo
“¿Qué sentido tiene que me guarde todo esto para mí?” Se pregunta Italo, de Ecuador. “Los jóvenes que no han podido participar deben conocer lo que hemos vivido”.
También Susana, de Nueva York, siente que algo ha cambiado en ella: “Este Jubileo me ha cambiado la vida… pero también el alma”.
Iván, también de Ecuador, desea transmitir la paz recibida: “Seguiré interiorizando todo con la Palabra, y quiero llevarla también a los demás”.

La gratitud, un idioma común
Muchos han dado las gracias. No solo los jóvenes. También los acompañantes, los organizadores, quienes sirvieron silenciosamente en los días previos, en los talleres, en las convivencias.
Marco, italiano: “Quien realiza su trabajo con amor, no trabaja de verdad, sino que vive la misión”.
Danielle, de Filipinas: “Esta experiencia es un don de la providencia del Padre. Gracias por vuestro amor heroico”.
Alex, de Ecuador: “Cada gesto, palabra y servicio ofrecido con amor me ha hecho sentir en casa”.
Ruth, desde Turín: “Sembramos para convertirnos en agentes del cambio que proviene del único Bien”.
Ser luz, no hacer algo
En una multitud que parecía anónima, cada uno se sintió llamado por su nombre. No a un servicio, a un rol o a una función, sino a ser: ser luz, ser sal. No hay algo que hacer, sino alguien que ser. Y de ese nombre —de quién se es— brota una misión.
Estos jóvenes se sintieron grandes, porque se sintieron amados y llamados a vivir.
Kim recogió la chispa inicial. Mauricio hizo resonar el llamamiento final. Dos continentes en los extremos del mundo. Una misma respuesta. En medio, una multitud. Mil lenguas, una sola voz: la de Cristo, que sigue llamando.
ELEANA GUGLIELMI