León XIV lo ha dejado claro desde el principio: no hay otra tarea más urgente para la Iglesia que comunicar al mundo que Jesús es el único que salva al hombre.
Esa tarea se nos ha confiado a los cristianos de todos los tiempos, más allá de nuestros límites y sin ningún mérito propio. Y se llevará a cabo, no tanto gracias a la magnificencia de las estructuras de la Iglesia, sino por la santidad de sus miembros. En la primera predicación dirigida a los hermanos que acababan de elegirlo, el nuevo Papa reconocía que su nueva misión es, a la vez, una bendición y una cruz, y les pedía, como había hecho en su primer saludo en la plaza, caminar juntos como Iglesia. La dimensión comunitaria y el cristianismo como amistad son acentos agustinianos que inmediatamente podemos identificar.
El Papa León puso especial énfasis en señalar la tentación actualísima de reducir a Jesús a uno de tantos profetas de la historia, a un líder carismático o a una especie de superhombre. Hoy como ayer, los cristianos somos llamados a dar testimonio de que Jesús es el salvador, y tendremos que hacerlo en contextos donde los creyentes somos ridiculizados o marginados. Porque es allí, donde están abiertas las heridas y los dramas del mundo, donde es más urgente ese testimonio que urge a la Iglesia. Francisco hablaba de la Iglesia como «hospital de campaña» para curar esas heridas. León XIV ha hablado de ella como «faro que ilumina las noches del mundo». Los primeros pasos de León XIV desvelan lo ridículas que resultan algunas contraposiciones en torno al cónclave y al nuevo pontificado. Se trata de la confesión valiente y libre de la fe en Cristo, como hizo aquel otro León llamado Magno ante Atila. Y del modo en que la inteligencia que nace de esa fe puede plasmar un mundo más humano en medio de todos sus cambios históricos, como entendió perfectamente León XIII.

JOSÉ LUIS RESTÁN
Presidente de ÁBSIDE MEDIA
Publicado en Alfa y Omega el 15.5.2025