Modesto Trigo Trigo, realismo intuitivo e ideal en la pintura

La conquista de la capital que ha conseguido Modesto Trigo en los últimos años se ha logrado con una obra firme, basada en una perfección técnica que busca, sin embargo, lo que la sobrepasa, lo que no puede ser dicho, como los cuadros que han marcado la historia de la pintura. Se convierte así más en un filósofo que en un espejo de la realidad pues sus lienzos transmiten sensaciones no pintadas y así, por ejemplo, palpa y escucha con sus veladuras el ambiente del tráfico congestionado o incluso convierte en hermosa la contaminación del aire. Así, su arte ha logrado conquistar nuevos espacios a la fealdad cotidiana para convertirlos en hermosas miradas de nuestra sociedad actual.
Una de las últimas etapas de Trigo le ha conducido a una síntesis de las anteriores, pues cuando llegaba a una cima cambiaba de tendencia, surcaba nuevos valles y con diferente estilo emprendía la escalada de una nueva cumbre, en un afán continuo de superación. Por eso se halla en su camino una fusión de estilos y temáticas que pueden colocar, junto a un cielo impresionista, unos edificios realistas desde un primer plano, tal vez el pavimento de una plaza, que puede ser abstracto o pura expresión matérica de diversos elementos. Pero lo más interesante en su obra es, tal vez, cómo pretende transmitir la escondida esencia de la realidad, desvelándola. Trigo busca desnudar lo que ve y penetrar arrastrando al espectador hacia los fundamentos de nuestra humanidad y del mundo que nos desborda. Sus óleos transmiten esa pulsión hacia lo universal. La facilidad natural con el pincel que como un don celeste se le ha otorgado le ha llevado a ser uno de los pintores más fecundos de nuestros días. Su magia está no sólo en su inmensa obra, voluminosa, cuantiosa, sino en cómo transmuta a menudo lo que toca con su mirada, para llevarnos más allá de las cosas. Por ello Modesto se une a los que en la historia del arte han quedado grabados con sus nombres haciendo frente al olvido, no tanto por el estilo o la apariencia formal, aunque siga técnicas clásicas con sensibilidad actual, sino por su contenido transcendental y tal vez por ello logra gustar al erudito, al sabio y al gran público, pues consigue atravesar la superficie y poblarla con su fantasma subjetivo, llevándonos, como hacen los más grandes pintores, de lo que se ve a su misterioso reverso. Su obra transciende la superficie que simboliza el volumen, hace soñar, lleva a lo que no se ve, de lo claramente visible a lo invisible, pues no otra cosa es lo propio de las grandes obras.
Su pintura, en línea con la de Franquelo, Naranjo o Antonio López, se abrirá justamente un hueco en los museos del futuro, de los cuales, probablemente, cuando cesen algunas modas mercantilistas, otras piezas se caerán por sí solas. El arte, cuando es más que un entretenimiento, más que una representación de lo “bonito” se convierte en algo similar a la religión por medio de lo sublime, o, como analizó Schiller en sus Über die ästhetische Erziehung des Menschen una ética máxima para elevar a la humanidad por encima de sí misma, para hallar, como si de una Encarnación renovada se tratase, lo divino en lo humano, a través de lo finito, lo infinito.
Ilia Galán
Profesor Titular de Estética y Teoría del Arte
Universidad Carlos III de Madrid
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