Participantes en el Encuentro Diocesano de Niños, Familias y Mayores del sábado reivindican cómo, a raíz del acto, cuidarán unos más de otros. La familia Cabrera visitará a las abuelas que conocieron en la catedral.
5 de junio 2025.- «Yo imagino que Pentecostés fue así. Cuando todo el mundo se quiere tanto, da igual el idioma que hables, porque al final te entiendes», cuenta a Alfa y Omega Rubén Cabrera. Es padre de seis y fue con ellos y su mujer el pasado sábado al Encuentro Diocesano de Niños, Familias y Mayores que se celebró en el Seminario Conciliar de Madrid y concluyó con una Misa presidida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, en la catedral de la Almudena. «En la acción de gracias, don José propuso una tarea a los más pequeños», recuerda este padre de familia y profesor. «Como había ancianos de residencias como la de las Hermanitas de los Pobres, les encargó que fueran a darles un beso, aunque no los conocieran de nada». Emocionados tras todo un día de juegos en el marco del Jubileo que se celebraba, los niños de Cabrera salieron a todo trote hacia las primeras filas, donde estaban los mayores. Algo que provocó, de alguna manera, el milagro: «Una señora que estaba en silla de ruedas y no se había levantado en toda la Misa se puso de pie y les dio un abrazo».

Parece solo una simpática anécdota de cómo esta mujer economizó sus fuerzas hasta que se le presentó aquella oportunidad, pero revela más. Por un lado, la importancia de «dar las gracias a los mayores que llevan tantos años dejándose la vida por nosotros y a los que hoy parece que se quiere quitar de en medio». Por otro, sirvió para establecer un vínculo entre unos y otros. De hecho, a raíz de aquel episodio Cabrera y su mujer han anunciado a sus hijos que «la próxima semana nos acercamos a ver» a estos ancianos en sus residencias. No son de su familia de sangre, pero sí de su diócesis.
«Busca a Jesús en tus abuelas»
Sin proponérselo, Cabrera y los suyos ilustran la propuesta que Cobo hizo en su homilía cuando dijo a los fieles reunidos en la Almudena que «Jesús se manifiesta cada vez que amas, cada vez que rezas». Y a los más escépticos los animó a que «si quieres verlo, búscalo en tus abuelas y abuelos, en tus hijas e hijos, en quienes te rodean. Jesús está entre nosotros y no se ha alejado de nuestro lado».

Este padre atesora dos recuerdos más, también surgidos del intercambio entre niños y ancianos. El primero, una señora mayor y unos chavales disparándose con pistolas de agua en aquel caluroso sábado de mayo. «No tengo fotos porque, cuando lo vimos, preferimos guardarlo en nuestras retinas», nos explica. El segundo momento es la confidencia que una anciana hizo a otra y que él interceptó pegando la oreja. Al ver la catedral llena de niños, le dijo a su amiga: «Esto sí que es esperanza».
Ese era el objetivo que tenían los organizadores. Como nos cuenta Joaquina Casariego, voluntaria de la Delegación de Jóvenes de Madrid, las yincanas y catequesis durante la mañana querían recordar «tanto a niños como a mayores que todos somos peregrinos de esperanza». Recogiendo el guante del Papa Francisco —quien siempre insistió en que los ancianos regalaran a los pequeños sus raíces y estos les prestaran su energía—, recalca que «la familia es donde se cultiva la esperanza a través de ingredientes como la confianza y la alegría». Una alegría que se manifestaba en los juegos que se organizaron. En uno de ellos, «por parejas, uno tenía que caminar con los ojos vendados mientras su compañero le llevaba por un recorrido sorteando obstáculos». Como premio, ganaban una pieza de un puzzle. Había cuatro en total y consistían en la silueta de unas olas, cuatro personas caminando, un ancla y una cruz. Juntas, componían el logo del Jubileo 2025.
León XIV tiene «un proyecto» para los niños

El Papa envió el pasado 28 de mayo una carta a los niños de la parroquia San Miguel Arcángel de Guadarrama. En ella les agradeció las oraciones que le hicieron llegar en vídeo al inicio de su pontificado, que definió como un «nuevo servicio a la Iglesia de Jesús». Les propuso «un proyecto de vida maravilloso» y como deberes les encargó «que améis siempre a Jesús como amigo», que sean «testigos de su amor», que lleven cada día «una vida cristiana más auténtica, solidaria y fraterna» y «hacer de vuestros hogares y escuelas espacios de perdón y de reconciliación».
Aquel día también se impartió formación adaptada por edades. Según Cabrera, «a los padres y mayores nos hablaron de la fe, la esperanza y la caridad a través de cuentos». Algo muy adecuado a los ojos de este padre de familia, porque «Jesús también hablaba con parábolas y, a veces, las cosas son tan complicadas que para entenderlas hace falta un relato».
Otra de las actividades más emblemáticas de aquel día fue un musical centrado en la vida de Carlo Acutis. «Este chaval de 15 años vivió una vida plena por entender que lo importante es estar muy cerca de Dios. Se refería a la Eucaristía como “la autopista al cielo”», reivindica Casariego. Preguntada por qué los veinteañeros de Madrid —que no son niños ni padres ni ancianos— se volcaron en organizar este encuentro con una guardería para los más pequeños, responde con convicción y sencillez: «Como jóvenes, tenemos la responsabilidad de transmitir las enseñanzas de la Iglesia y el valor de la comunidad y la familia». Y reivindica que «el equipo de voluntarios es otra familia tremenda con la que contagiar a los más pequeños esas ganas de servir allí por donde pasen».
Los misioneros, una vida «de renuncia absoluta, pero feliz»

La catedral de la Almudena acoge estos días jubilares de la esperanza millares de vidas audaces con la gracia de haber respondido que sí al Señor. Si hace dos sábados se oía resonar con fuerza el «¡presente!» de cada uno de los nuevos presbíteros, y el 31 de mayo las familias, los niños y los mayores, estando, mostraban su vida de fe, el domingo 1 de junio lo hacían los misioneros. Una representación de los 560 nombres propios de madrileños que llevan el Evangelio a 87 países de todo el mundo; y también una representación de los centenares de jóvenes que este verano misionarán también por todo el orbe. Se levantaron según los iban nombrando y allí, de pie, firmes en su fe, como los hombres y las mujeres fuertes del Evangelio, recibieron la cruz misionera de manos del cardenal José Cobo. Vidas generosas, apasionadas, valientes y entregadas, como puso de relieve el arzobispo de Madrid, que no solo son Iglesia en salida para los de fuera, sino que interpelan a los de aquí. Al concluir la celebración, el cardenal lanzó preguntas retadoras, invitando a no mirar las vidas de los misioneros como turistas que «pasan por las cosas como si fuera algo de Instagram». Porque hay vidas que «por lo menos se merecen un interrogante: “¿Y por qué no?, ¿y por qué mi vida tiene que ser siempre de turista?».
David y Maruxa recalaron en la isla de Guam hace 18 años. Muy bonitas las playas, los paisajes idílicos; pero ellos se adentraron en el Pacífico no como los turistas a los que se refería Cobo, sino porque no se podían callar lo que habían visto y oído: que Cristo ha vencido a la muerte y que «Dios ama al pecador». Lo contaron en la catedral, al concluir el Jubileo de los Misioneros del domingo. Tenían tres hijos pequeños y una vida de fe adquirida y madurada en el Camino Neocatecumenal. Confiando en Dios, dejándose hacer, dieron su sí. Para ellos, la misión es «bendecir al Señor en todo tiempo», vivir en familia y «ver la obra de Dios cuando dices que “Dios te ama”». Se trata de, «con una vida sencilla, de decir que Jesucristo vive». Han pasado los años y llegaron siete hijos más. No faltan las dificultades en un matrimonio que no fue fácil al comienzo, con los agobios, las noches sin dormir, los largos viajes entre isla e isla, incluso «partos sin epidural», reía Maruxa, descomplicada. Pero «tenemos una vida llena de sentido», una vida de «renuncia absoluta, pero plena y feliz». «El Señor nos ha lanzado a una aventura con Él que está siendo maravillosa».
Como la de Juan Antonio Fraile, sacerdote comboniano misionero en el Congo, que también ofreció su testimonio en la catedral. De joven, con su vida totalmente resuelta —trabajo, novia formal, chico de parroquia— oyó en su interior una propuesta interpelante de Dios: «¿Por qué no compartes lo que has recibido?». Esto le sonó a irse a la misión y ese fue su deseo. Pero no sucedió inmediatamente y eso no lo entendió. «Dios me animó y luego me frenó». Aunque esto le contrarió, «Dios hace bien las cosas»; lo que hay que hacer es «confiar y dejarse hacer». Para Fraile, «el misionero es aquel que vive su fe allí donde Dios le va poniendo». También el que tiende puentes intercambiando experiencias entre país de origen y país de misión. Ha habido momentos duros, incluso de temer por su propia vida debido a la violencia radical. Pero todo esto «no lo cambiaría por nada, merece la pena». «Dios siempre está», concluyó.
BEGOÑA ARAGONESES
RODRIGO MORENO QUICIOS
Alfa y Omega