El pasado 4 de mayo falleció José Ángel de la Casa (1950-2025), mítico periodista y narrador de retransmisiones deportivas en el ente público RTVE desde finales de la década de 1970 hasta su prematura jubilación en 2007, cuando ya el signo de los tiempos, orientado a los comentaristas estrella y la espectacularización de los eventos deportivos, había dejado su estilo comunicativo, sobrio y comedido, fuera de juego.
En efecto, a un chaval de hoy en día, la manera de retransmitir los partidos de fútbol de José Ángel de la Casa le resultaría sosa, aburrida; como si diera la impresión de que lo que estuviera sucediendo en el césped no le afectara lo más mínimo. En comparación con los presentadores deportivos que dominan desde hace 20 años la escena mediática, influidos por la exuberancia verbal y gestual de los enormes Víctor Hugo Morales o Andrés Montes, el escueto y directo estilo de José Ángel de la Casa resulta de una austeridad y rigorismo casi dreyerianos.
Sin embargo, detrás de esta expresividad tan adusta no se escondía una apatía o desinterés por el juego, sino un conocimiento muy profundo de este y, sobre todo, un respeto casi religioso por la inteligencia del espectador. Las retransmisiones de De la Casa aportaban las pinceladas mínimas para contextualizar el desarrollo de los partidos, confiando la potencia de la narración en la propia plasticidad de las imágenes. Estaba persuadido de que el juego en sí no necesitaba de una muleta externa para emocionar al espectador; por ello, sus comentarios —esquemáticos, pero nunca inanes o superficiales— jamás trataban de eclipsar o suplantar lo que sucedía en el campo ni, muchísimo menos, de condicionar o enfatizar el estado de ánimo de los telespectadores.
Esta genuina humildad, que le condujo a tratar de no interponer nunca su presencia entre el juego y el público, le llevó asimismo a ser el primer presentador de eventos deportivos en España que decidió incorporar la figura del comentarista a las retransmisiones en directo. Así, desde el Mundial de Italia 1990, contó con la asistencia de los exfutbolistas Juanito o Di Stefano; o desde el Mundial de Estados Unidos 1994 con la de Míchel —cuya forma de comentar tanto ha influido en las generaciones posteriores—. Y, en una decisión en aquel momento muy innovadora, con la del director de cine José Luis Garci, gran aficionado al fútbol, lo que marcó un antes y un después en la relación entre deporte y (alta) cultura en nuestro país.
Paradojas de la vida, un perfil profesional tan sumamente bajo como el de José Ángel de la Casa ha pasado a nuestro imaginario cultural común por un gallo. Ocurrió el 21 de diciembre de 1983: la selección española de fútbol jugaba contra Malta en el Estadio Benito Villamarín de Sevilla el último partido de la fase de clasificación para la Eurocopa de Francia de 1984. Necesitaba ganar y, para poder deshacer el goal average negativo frente a Holanda, hacerlo por al menos once goles de diferencia; una proeza casi imposible, a pesar de la notable diferencia de nivel entre ambas escuadras.
El partido empezó mal; aunque el equipo nacional dominaba con claridad al rival, no materializaba sus ocasiones, y Malta incluso metió un gol. Al descanso, 3-1 a favor de España; en aquel momento, meter 9 goles más en solo 45 minutos se antojaba una hazaña improbable. Sin embargo, a la reanudación del partido, poco a poco, con cuentagotas, los goles empezaron a caer uno tras otro: 4-1, 5-1, 6-1… hasta que en el minuto 80 se llegó al 11-1. ¡España estaba a un solo tanto de hacer la machada! En el minuto 84, Juan Señor, futbolista del Real Zaragoza, cogió un rechace fuera del área y de un zapatazo metió el definitivo 12-1, que clasificaba a España contra todo pronóstico. En ese momento, el recatado y siempre correcto José Ángel de la Casa gritó el gol con tanta euforia, tan fuera de sí, que perdió la voz y se le escapó su mítico gallo, que forma parte desde entonces de nuestra cultura popular: «¡Goool de Señor!».
Tras su despido en 2007 de RTVE, debido a un expediente de regulación de empleo que afectó a los trabajadores mayores de 50 años, José Ángel de la Casa, fiel a su obstinada e innegociable discreción, decidió jubilarse y salir definitivamente de los focos. Sus últimos años los pasó, acompañado de su familia y amigos, padeciendo y sobrellevando la terrible enfermedad de Parkinson, hasta que la triste noticia de su fallecimiento ha vuelto, con toda justicia, a colocarle en el lugar que su (nunca buscada ni pretendida) enorme talla merece.
A José Ángel de la Casa le es sin duda alguna aplicable aquello que sobre la relevancia cultural decía C. Tangana en Una ambición desmedida: «La trascendencia pasa por ser un poco más insignificante. Toda la vida pensaba que era pasar por ser una figura gigante y es todo lo contrario. Cuando dejas de pensar en ti y piensas más en la comunidad: ahí es dónde está la trascendencia».
LUIS RUIZ DEL ÁRBOL
Abogado e ilustrador
Publicado en Alfa y Omega el 2.6.2025
