Comprensivo a la par que exigente. Capaz de revolucionar una diócesis para dar peso a lo social mientras sus Misas tenían una asistencia masiva. Así era el Prevost misionero.
15 de mayo 2025.- «Hemos llorado los dos, mi hermana y yo», confiesa Walker Dávila. Alfa y Omega habla con este agustino peruano horas después de ver a Robert Prevost convertido en León XIV, mientras repasa fotos antiguas. «Ella recuerda cómo nos acompañó al morir nuestra madre». Párroco en Iquitos (Perú), fue uno de los profesos a los que antes de los votos perpetuos formó Robert Prevost entre 1988 y 1998 en la casa de la orden en Trujillo, al norte del país. «Era un padre espiritual comprensivo que escuchaba con mucha ternura». A la vez, «era cómplice de nuestras locuras». Aclara que se refiere a que «nos acompañaba para celebrar los cumpleaños con una torta y el Cumpleaños feliz, algo que muchos nunca habíamos hecho. Y nos enseñaba a hacer pizza».

Es buena cosa que estuvieran a gusto con él, porque también era su profesor de Derecho Canónico y jefe de estudios en el Seminario Mayor San Carlos y San Marcelo. Era pedagógico pero exigente, asegura Dávila; «un tipazo integral. Gracias a él soy sacerdote». Lo mismo puede decir Óscar Murillo, hoy director de Obras Misionales Pontificias de Trujillo. Había estado fuera del seminario y, al regresar tras tres años de «vida disipada», eligió a Prevost como director espiritual. «Me ponía más exigencias porque venía de deleitarme en las cosas del mundo». Pero al tiempo era «muy abierto y comprensivo. Me llevaba a una gran confianza, para contarle hasta lo más mínimo».
Otra clave de su labor fue infundir el espíritu misionero a profesos y seminaristas, llevándolos a visitas pastorales y misiones en vacaciones. «Se le veía feliz», asegura Murillo. Además, «fundó unos comedores populares» financiados con parte del dinero destinado a la formación de los profesos y en los que estos colaboraban. La experiencia «nos ayudó muchísimo», asegura Dávila, que ha copiado la iniciativa en su parroquia.
Un salto hacia adelante hasta 2014, cuando Prevost se convierte en administrador apostólico y luego obispo de Chiclayo, también ciudad del norte famosa por la afabilidad de su millón de habitantes y por su ceviche. Su llegada cambió una diócesis que llevaba años centrada casi únicamente en lo litúrgico, con una labor social «inconexa», relata Javier Jahncke, de la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS) de la Conferencia Episcopal Peruana. Prevost quería reformarla, pero «era consciente de que no podía tomar decisiones traumáticas» sino empezar por «escuchar y entender».

Luego buscó, dentro y fuera, gente para reorientar la pastoral. Llamó a la CEAS, que con apoyo de la ONGD española Manos Unidas le ayudó a «articular toda la pastoral social» en un plan conjunto que incluyera acciones de incidencia social. No pudo ser más oportuno, pues la diócesis pronto recibió buena parte del impacto de la llegada masiva de inmigrantes de Colombia y Venezuela —un millón a todo el país—. Gracias al trabajo previo, les pudieron ofrecer alimentos, vivienda y ayuda para conseguir papeles.
Con todo, Prevost nunca dejó de poner la fe en el centro. «El estilo de sus homilías y de sus gestos, muy cercanos, animó mucho la vida espiritual», asegura su amigo José Luis Estela. «La asistencia a las Eucaristías a las que convocaba era masiva. Personas no creyentes o que habían dejado la Iglesia acabaron regresando». Uno de sus empeños era que el Papa Francisco designara «capital eucarística» a Eten, una pequeña ciudad que en 1649 vivió un milagro eucarístico al aparecer el Niño Jesús en una hostia.
Estela y Prevost se conocieron cuando este se ofreció para mediar en un conflicto laboral en la empresa de aquel. Tuvo tal éxito que la compañía recuperó la tranquilidad, aumentó sus beneficios y empezó a colaborar con la Iglesia en proyectos sociales. Luego, animó a este laico y a su mujer a viajar a Roma para terminar un máster sobre matrimonio y familia y les facilitó alojarse en la casa de los agustinos. «Al regresar nos pidió que diéramos formaciones sobre este tema al clero», algo que Estela considera un «mensaje precioso» de sinodalidad y ejemplo de su interés por la formación. También «le interesaba mucho el apostolado en la universidad» y «tuvo mucha facilidad para acercarse a los jóvenes». No solo organizaba encuentros para ellos sino que «si ellos se reunían en algún sitio para una celebración de Navidad o un cumpleaños, ahí estaba él. A veces por sorpresa».
Ayuda para los afectados por El Niño

Partes de Chiclayo son propensas a inundarse con las lluvias por el fenómeno meteorológico de El Niño. Ocurrió en 2017 y 2023. En esos momentos, no era extraño ver al obispo enfundado en botas de agua o repartiendo alimentos. Hasta consiguió casas portátiles de las Fuerzas Armadas. Todo ello sin dejar de exigir al Estado que también asumiera su responsabilidad en la prevención, resalta Javier Jahncke.
Cercanía a los indígenas

Aunque Chiclayo está en la costa, cuenta con algunas comunidades indígenas cerca de la región andina. No faltan fotos de Prevost viajando a caballo hacia ellas, muestra de su «preocupación por acompañarlas» en las situaciones de riesgo que viven y que también «denunciaba públicamente», apunta Jahncke. Cita, por ejemplo, la contaminación del agua en Kañaris e Incahuasi por la actividad minera.
Frente a la COVID-19

Cuando Perú se convirtió en uno de los países más golpeados por la COVID-19 y miles de personas morían por falta de oxígeno, el obispo Prevost respondió de forma doble. Movilizó a muchos sectores hasta lograr poner en marcha con Cáritas dos plantas embotelladoras de oxígeno. Y protagonizó una conmovedora procesión con el Santísimo por las calles, en Corpus, «pidiendo a Cristo salvar a la humanidad y al pueblo que no perdiera la esperanza», relata José Luis Estela.
MARÍA MARTÍNEZ LÓPEZ
Alfa y Omega