La plaza de la catedral de la Almudena hervía de fieles, pancartas y alegría: once jóvenes dieron su sí definitivo al Señor el pasado sábado para ser obreros incansables de la necesitada mies.
Madrid, 29 de mayo 2025.- «La alegría nos reúne. El pueblo de Dios se alegra». Fueron las primeras palabras del cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, en la solemne celebración de las ordenaciones presbiterales en la catedral de la Almudena el pasado sábado, 24 de mayo. La alegría desbordaba en una catedral repleta, incluidos pasillos y laterales, de familiares y amigos de los que en minutos iban a ser los once nuevos presbíteros para la diócesis de Madrid. Resonaban fuertes sus «¡presente!» ante el pueblo de Dios cuando decían sus nombres. Presentes en un nuevo sí al Señor, como tantos ha habido en el camino que cada uno ha recorrido hasta este 24 de mayo. Sus rostros reflejaban también esa alegría emocionada. «Doy testimonio de que han sido considerados dignos», formulaba el rector de Seminario Conciliar de Madrid, Antonio Secilla, ante la pregunta del arzobispo, que concluía este primer rito inicial: «Con el auxilio de Dios y de Jesucristo Nuestro Salvador elegimos a estos hermanos nuestros para el orden de los presbíteros».
La Palabra de Dios, viva y eficaz, prometía en el Evangelio de Juan el envío del Espíritu. Y así se hacía vida en la catedral en estos once jóvenes que iban a ser ordenados, como decía el cardenal Cobo en la homilía, «por la imposición de las manos y por la Unción del Espíritu Santo». «Este es el camino de vuestra vida sacerdotal, pertenecer cada día más a Jesucristo», les recordó, con actitudes de «ternura y compasión», especialmente hacia «los más pobres y necesitados, los que sufren en el cuerpo y en el espíritu», los predilectos de Jesús.

El arzobispo de Madrid animó a los que instantes después serían sacerdotes a que cultiven la «acogida y cercanía con el pueblo de Dios, imitando a Jesús». Porque ellos son «enviados al pueblo de Dios, vuestro lugar está en medio de la gente; les pertenecéis». También les pidió «que celebréis los sacramentos como forma de vida» y que «no tengáis miedo». En el Señor «encontramos el ánimo y la fortaleza en la dificultad». Son estos jóvenes sacerdotes «pastores en tiempos nuevos, no para repetir esquemas, sino para dar respuestas pastorales nuevas a tiempos y desafíos nuevos».
Después de prometer los ordenandos respeto y obediencia al obispo y a sus sucesores, llegaba el momento central de la celebración, que empezaba con el cántico de las letanías de los santos mientras los «elegidos para el ministerio de los presbíteros» estaban postrados en el presbiterio. Tras esto, con la imposición de las manos por el obispo, cardenal José Cobo, la acogida del presbiterio y la plegaria de ordenación, nacían para la Iglesia sus nuevos sacerdotes.
«Te pedimos, Padre Todopoderoso, que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del presbiterado, renueva en sus corazones el espíritu de santidad, reciban de ti el segundo grado del ministerio sacerdotal y sean con su conducta ejemplo de vida», cantaba el cardenal Cobo la plegaria. Tras este momento, llegaba el revestimiento con la casulla y dos ritos que explicitaban lo que acaba de ocurrir: la unción de las manos y la ofrenda para la Eucaristía. «Conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor», proclama el rito.
La celebración de la ordenación de los nuevos sacerdotes para Madrid concluía con las palabras agradecidas del cardenal Cobo a los sacerdotes presentes —entre ellos los obispos auxiliares de Madrid José Antonio Álvarez y Vicente Martín— y a las familias y allegados de los nuevos sacerdotes. «Ahora empieza todo; gracias por vuestro sí, y a vuestros padres especialmente por la generosidad». Y lanzó un reto: que, «por lo menos», salgan otros diez nuevos sacerdotes de esta celebración. «Gracias a los que os lo habéis pensado».
Un aplauso sentido y alegre en la catedral precedía a la salida jubilosa de los nuevos sacerdotes a la explanada de la catedral de la Almudena, donde sus familias y gentes de sus parroquias los esperaban con pancartas para vitorearlos y, como manda la tradición, mantearlos. Como decía el cardenal en un momento de la celebración, «Dios, que comenzó en ti la obra buena, Él mismo la lleve a término».
Adrián León

Tiene 30 años y creció en una familia «no muy religiosa» en la que «la abuela ha sido el pilar de la fe». Nacido en Pozuelo, desde pequeño se integró en la Asunción de Nuestra Señora. Con 19 años acudió a la vigilia pascual del pueblo de su madre más por una chica que por otra cosa. Pero «el Señor se puso en medio». Le costó dos años decidirse a entrar al seminario, pero, asegura, ha sido en él «muy feliz».
Antonio Gil

Tiene 33 años y fue en un retiro de Effetá cuando Dios «me llamó y me lo dejó tan claro que no he tenido más remedio que ser sacerdote». Aunque estuvo un año resistiéndose a entrar en el seminario, «llegó un momento en que no quería otra cosa que estar con Jesús». Antes, en el tiempo de ausencia de vida de Iglesia que tuvo Antonio, «de la que nunca me alejé fue de la Virgen María».
Jaime López-Riobóo

Tiene 27 años y con 14 entró al Colegio Arzobispal de Madrid. «No porque quisiera ser cura», sino porque le atraía que fuera un colegio diocesano y pensaba que allí iban a estar «más pendientes de ayudar a la persona». Así, llegado 1º de Bachillerato, el entonces adolescente tuvo un «encuentro muy fuerte con Jesucristo» y vio que quería «que le entregara la vida».
Carlos Tamames

Tiene 30 años y un día en Misa se visualizó siendo sacerdote y predicando la homilía. Fue el primer aldabonazo en su corazón. Había organizado su cuarto año de carrera en California con playa, fiesta… Pero el Señor seguía llamando y no lo pensó mucho cuando su director espiritual lo animó a cancelarlo y a hacer el curso introductorio en el seminario.
Jesús Rodríguez

Estaba estudiando Filología Hispánica y «sentía el deseo de querer escuchar al Señor». Así que un día entre semana fue a Misa y después habló con el párroco. «Quiero saber cómo escuchar al Señor». Oración y dirección espiritual, fue la respuesta. En un retiro de Effetá Dios «me fue quitando las dudas, los miedos: «Fíate, recuerda que eres mi hijo amado».
Álvaro Pérez

Tiene 26 años y pasó tres años con la inquietud de la vocación, pero «necesitaba tener la certeza de que era algo que no me había inventado». Y esa llegó en el verano de 2017, durante una misión en Perú. Al principio tuvo «mucha alegría y mucha paz», pero enseguida apreció el miedo. «Gracias a Dios, no me paralizó», así que «al mes comencé el introductorio».
Juan Orduña

Tiene 26 años y siempre quiso ser sacerdote. Ya desde preescolar no recuerda haber deseado otra cosa. En sexto de Primaria ya le comunicó a un cura de su colegio «que yo también quería serlo». En la vigilia de jóvenes de cada primer viernes de mes en la Almudena, concretamente en la de febrero de 2016, Juan tuvo la certeza: «Quiero ir al seminario».
Juan José Rodríguez

Costarricense, sintió la llamada a ser sacerdote durante la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011. Sus padres se separaron cuando tenía 8 años. «Por eso he sufrido un poco en la confianza hacia el amor, hasta que descubrí la Iglesia y la comunidad cristiana en el Camino Neocatecumenal. Encontré así el lugar, la familia que yo buscaba».
Héctor Gregorio

Es el mayor de todos, con 34 años. Terminada la carrera, Topografía, pensó en qué quería hacer con su vida y «qué era lo que Dios quería de mí». Como «me atraía por igual» el matrimonio que el sacerdocio, le pidió ayuda en su discernimiento a una teresiana. En una peregrinación a Guadix, un día en la Misa supo que la llamada era al sacerdocio. «Señor, es esto».
Pablo Vidal

Tiene 28 años y su vida cambió en enero de 2016 durante unos ejercicios espirituales. Pasó de una fe teórica a una «viva y personal». Pablo se dio cuenta de que «el Señor me pedía exclusividad para él» y comenzó el introductorio. Pero el último día antes de pasar al seminario «dije que no». Dos años después, y en otros ejercicios espirituales, el Señor le insistió: «Te quiero para mí».
Roberto Reyes

Tiene 28 años y, en 2018, hizo un retiro en silencio, «sin móvil y sin nada», y ahí «me sentí amado por Dios como nunca lo había sentido». Pasó a hacer suya la fe que había heredado de sus padres y se decidió. «No sé qué será de mi vida, pero yo quiero que sea contigo».
Después de empezar Telecomunicaciones y dejarlo por Filología Hispánica, entró en el seminario.
BEGOÑA ARAGONESES y CRISTINA SÁNCHEZ
Alfa y Omega