La V Conferencia del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) del 2007 en Aparecida marcó significativamente el corazón de Jorge Bergoglio con relación a la cuestión ecológica. Fue para él como un caer en la cuenta de la gravedad oculta de una crisis en ciernes. La impresionante diversidad biológica de la tierra —tan elocuente en la Amazonía—, su atmósfera, su océano, sus ríos y lagos, las altas montañas y las amplias llanuras, todo el conjunto, es cierto, nos habla de la hermosura y desmesura de la creación.
Ellas aparecen ante los ojos humanos como realidades vastas, sempiternas, inagotables e infinitas, al punto que pareciera imposible que podamos dañarlas, nosotros seres humanos tan ínfimos. Sin embargo, científicos y expertos junto a obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de todo el continente que participaron de la conferencia, daban cuenta de otra realidad, de un desgarrador daño a los ecosistemas, del deterioro irreversible de la naturaleza, del cambio climático y de las injusticias cometidas contra los pobres, los indígenas y los campesinos. La sección octava del noveno capítulo del documento conclusivo de Aparecida recabó unos detalles esclarecedores para orientar la acción evangelizadora de la Iglesia latinoamericana con un sentido ecológico y social que buscara salvaguardar la dignidad del ser humano en el contexto de una ecología integral.
Vuelto a Buenos Aires, el cardenal Bergoglio no dejó de interiorizar y aprender del tema, en coloquios sencillos y personales con expertos cercanos que tenía en el país. En agosto de 2010 realizamos en Buenos Aires el Simposio Latinoamericano y Caribeño Espiritualidad cristiana de la ecología, organizado por el Departamento de Justicia y Solidaridad del CELAM, el cuarto de una serie de congresos internacionales relacionados con la cuestión ecológica desde Aparecida. Vimos a Jorge Bergoglio animado y participativo que aprovechaba cada contribución, científica o teológica, con un genuino interés para conectar la fe y la razón en el discernimiento de la cuestión ecológica.
En aquel simposio se gestaron ideas claves para una ecología integral. Se entendió la conversión ecológica como llamado a un cambio de mentalidad y de acciones en favor de la tierra. Se amplió la idea de justicia hacia los social y ambiental, denunciando desigualdades y abusos. Se reconoció la riqueza natural del territorio sometida a una destrucción acelerada. Se habló de la necesidad de la contemplación como mirada espiritual desinteresada y apreciativa sobre la creación como don divino. Se reconoció la importancia de promover estilos de vida responsables y respetuosos con la naturaleza. Se pensó en la importancia de una nueva economía, más humana y solidaria, crítica del modelo extractivista y depredador. Quienes conocimos al cardenal Bergoglio de los últimos años en Buenos Aires, supimos desde siempre que el deterioro de la tierra, el descuido de la creación y los pobres eran para él como una espada que atravesaba su corazón de pastor.
Por eso, aquella noche de Roma del 13 de marzo de 2013, cuando apareció en el balcón de la basílica de San Pedro y fue anunciado con el nombre de Francisco, el santo de Asís, supimos desde el inicio que con él se definía su ministerio petrino, orientado hacia el deseo de una Iglesia pobre y para los pobres y ocupada en orientar a todos a restaurar la casa común, nuestra tierra, cual criatura más pobre y vapuleada de entre todas. No tardaron en comenzar a oírse homilías, mensajes y catequesis en los que la cuestión ecológica, el cuidado de la creación, los pobres y la justicia se interconectaran de manera única y esclarecedora poniendo sobre la mesa profundas interrelaciones que habían permanecido silenciadas.
Sin duda fue fundamental su decisión de elaborar la monumental encíclica Laudato si, sobre el cuidado de la casa común, de mayo del 2015, en las que hilvanó la mejor ciencia y conocimiento acerca de la crisis ecológica con la tradición y la teología católica sobre la creación. Con ella, su voz de pastor resonó en la cumbre del clima de ese año, la COP21 en París, y fuimos testigos de cómo la carta persuadió los corazones de tantos delegados nacionales, al punto que por fin los países, escuchando a la ciencia climática, reconocieron el problema del cambio climático de origen humano. Surgió así el Acuerdo de París y la intención de hacer algo ante el problema.
Francisco continuó con mensajes y homilías sobre temas de justicia socioambiental y el cambio climático. La exhortación apostólica Laudate Deum de octubre 2023 de alguna manera condensó su profunda preocupación ante el cambio climático causado por el hombre y la dilación en las decisiones para hacer efectiva la transición ecológica necesaria, el abandono del paradigma tecnocrático y la adopción de estilos de vida, así como de patrones de producción y de consumo sostenibles. Para muchos, Francisco será recordado como el Papa del cuidado de la creación: de la hermana madre tierra y de los pobres.

EDUARDO AGOSTA SCAREL, O. CARM.
Departamento de Ecología Integral de la CEE